Quizá, quizá, quizá...

Toda religión que medianamente se respete a sí misma, coincide en que todo lo que sucede, sucede por alguna razón. En otras palabras, la religión nos salva del sinsentido, y particularmente del sinsentido del dolor. Porque en realidad a nadie le interesa el sinsentido del placer o de la alegría: a éstos simplemente los recibimos con las puertas abiertas de par en par. En cambio el displacer o el dolor, a esos no los queremos… de modo que cuando se presentan buscamos las razones por las que están ahí.

Para el cristiano, el dolor se explica a través del pasado y del futuro. Hacia atrás, todo individuo es “deudor” de un cierto pecado original que no queda del todo claro en qué consiste. Pero de cualquier manera, la canción de bienvenida que el cristiano ofrece al recién nacido canta la estrofa de un “yo pecador” que es tal por pensamiento, palabra, obra u omisión. Hagas lo que hagas, no te salvas de ser pecador. Así la Iglesia cree que mantiene un público cautivo asegurado… y todo parece indicar que no se equivoca al creerlo. Pero también el sufrimiento se explica hacia el futuro: dichoso los que sufren, dichosos los pobres, dichosos los últimos, porque de todos ellos será el reino de los cielos, ellos serán los primeros. Extraño argumento, si pensamos que un asesino serial puede ser pobre y sufrir considerablemente, pero en fin: es el reino de la fe, no de la razón. Quien solo tiene fe, puede creer en las barrabasadas más incoherentes, sin siquiera darse cuenta.

Para algunos los budistas, el dolor nos remite al pasado, pues es el resultado de nuestras acciones. Algunos consideran que se trata de nuestras acciones en esta vida, otros, de nuestras acciones en vidas pasadas. Esta idea no carece de una buena lógica. Es evidente que cosechamos lo que sembramos, aunque aquí alguien podría decir que, por ejemplo, Carlos Slim es feliz sin haber sembrado tanto como ha cosechado… porque miren que ha cosechado! Pero yo le preguntaría a este señor ¿en verdad es usted feliz, Sr. Slim? Mmmmm… no lo se, pero no lo creo. Se la ha de pasar bien, no lo dudo, pero ser feliz es mucho más que eso.

Pero lo que me interesa señalar es otro tipo de budismo que encuentra una explicación al dolor en nuestra propia psicología. Sufrimos porque tenemos ciertos pensamientos, imágenes mentales o emociones, que conforman ideas falsas de nosotros y de los demás. Pero no sólo las conforman, sino que las “congelan”, o como le gustaba decir a Nietzsche, las “egipcianizan”. A lo que me refiero es que no solo las conforman, sino que las establecen como absolutas e inmutables, eternas y únicas. Y eso, sí que causa dolor.

¿Cómo superar ese dolor desde esta perspectiva? Pues haciendo con nuestros patrones mentales, lo mismo que hacemos con la chapa de la puerta de la casa cuando se oxida: le ponemos removedor, aceitito para que gire lo que tiene que girar, para que se mueva lo que se tiene que mover. O hasta la quitamos, la mandamos a volar y ponemos una chapa nueva. No hay porqué quedarse eternamente apegados a una chapa vieja: tampoco a una idea dolorosa.

Pero ¿Cómo hacerle para curar el dolor? Bueno, hasta donde voy, hasta este punto de mi camino, ese aceitito que mueve los engranajes de nuestro cerebro, en Occidente los budistas le han llamado “meditación”. Y sí que mueve los engranajes, y sí que cambia patrones mentales, y sí que es un cambio de paradigma de 180 grados con respecto a lo que creemos que somos los seres humanos en Occidente.

E implica, por supuesto, un concepto de felicidad que no tiene nada que ver con la que puede tener un millonario económico. Es una felicidad que solo pueden tener los millonarios de otro tipo. Y creo, no se si me equivoque, pero creo que para lograrlo es necesario un maestro: alguien que sepa bien lo que hace y que tenga el honesto deseo de transmitirlo... se dice fácil, pero yo tardé bastante en encontrarlo. Tener un buen maestro en esto es tan importante, que en la antigua India el saludo habitual entre meditadores para un desconocido era: "¿Quién es tu maestro?". Yo respondería: Kavindu. He encontrado un maestro, solo me queda hacer todo por ser una buena discípula.

Esas cosas he pensado y sobre eso he leído estos días de lluvia y encierro, con mi tobillo fracturado, de modo que sí, vuelvo a mi viejo cuento taoísta: Me rompí un pie… Ay, qué mala suerte… ¿si? Quizá… quizá… quizá… Ja, ja, ja!

0 comentarios:

Publicar un comentario