Otro cuento taoísta

En la época de los Reinos Combatientes, China consistía en un puñado de pequeños reinados que no dejaban de hacerse la guerra el uno al otro. Un día el rey Wu, decidió invadir el reinado cercano que quedaba hacia el Oriente: sabía que era un reino pequeño y mal armado que no contaba con un ejército tan poderoso como el suyo, de modo que parecía una presa fácil. En eso deliberaba con sus consejeros cuando los espías le informaron que otro reino, que quedaba hacia el Occidente, había preparado a todas sus tropas en la frontera con Wu... evidentemente, se habían enterado de la invasión que el rey planeaba, y en cuanto el rey y sus ejércitos salieran a combatir, ellos entrarían a conquistar el reino de Wu.
Pero los consejeros no se atrevían a contradecir a su rey, pues cuando cortaba cabezas no lo hacía metafóricamente, sino que en efecto, las cortaba! Con todo y eso el más sabio y leal consejero se atrevió a tratar de hacerle ver la realidad, y le dijo: "Majestad, mientras nuestros ejércitos invadan el reino de Oriente, otro reino de Occidente nos va a invadir, y al regresar a casa nos arrepentiremos de lo hecho". Como era un sabio y fiel consejero, el rey sólo le cortó la cabeza metafóricamente, esto es, lo corrió de su puesto. El viejo consejero, desesperado, acudió con Zhang Zi, que era -y sigue siendo- un sabio taoísta muy respetado. Le contó la historia y Zhuang Zi le dijo: veré qué puedo hacer, al menos lo intentaré.
Pocos días después entró a la sala del rey Wu un soldado que llevaba a Zhuang Zi atado como a un delincuente. El rey reconoció de inmediato al sabio maestro y reprimió duramente al soldado, le ordenó soltarlo y lo degradó. Pero el soldado se defendió diciendo: "Majestad, pero lo sorprendí cazando en vuestros jardines reales". (Eran chinos españoles, por eso decían lo de "vuestros"... :-D) La cosa es que al escuchar eso, que era considerado un verdadero crimen, el rey le dijo a Zhuang Zi: "Jolines! ¿es verdad lo que he escuchado?" Entonces, ya en serio, el sabio Zhuang Zi le dijo al rey:
"Majestad, te voy a contar lo que ha sucedido. Yo iba a cazar algo para comer en el bosque, no tenía intención de penetrar en tus jardines. Pero en eso estaba cuando una gran ave pasó rozándome el hombro y se posó en la frontera de tus jardines. Me acerqué a ella y me sorprendió que no notara mi presencia. Me acerqué más y entonces comprendí todo: ella estaba cazando un camaleón, pero esperaba porque a su vez el camaleón estaba cazando a una cigarra... de modo que ella aguardaba el momento justo para comerse a los dos... y pensé: "estos animales así son: por seguir sus impulsos, a veces olvidan cuidarse a sí mismos". Y eso pensaba cuando tu soldado me atrapó y me condujo hasta acá. De modo que en el camino pensé: "así somos los seres humanos: por dejarnos atraer por el mundo exterior, olvidamos cuidar el mundo interior, que es el más importante."
Se cuenta que el rey Wu miró de manera penetrante por un largo rato a Zhuang Zi y después esbozó una sonrisa de complicidad para ordenar: "dejadle libre". Esa noche el rey decidió no invadir al vecino, sino mantener sus tropas ocupadas en todas sus fronteras, velando por el bienestar de su gente.

Quizá, quizá, quizá...

Toda religión que medianamente se respete a sí misma, coincide en que todo lo que sucede, sucede por alguna razón. En otras palabras, la religión nos salva del sinsentido, y particularmente del sinsentido del dolor. Porque en realidad a nadie le interesa el sinsentido del placer o de la alegría: a éstos simplemente los recibimos con las puertas abiertas de par en par. En cambio el displacer o el dolor, a esos no los queremos… de modo que cuando se presentan buscamos las razones por las que están ahí.

Para el cristiano, el dolor se explica a través del pasado y del futuro. Hacia atrás, todo individuo es “deudor” de un cierto pecado original que no queda del todo claro en qué consiste. Pero de cualquier manera, la canción de bienvenida que el cristiano ofrece al recién nacido canta la estrofa de un “yo pecador” que es tal por pensamiento, palabra, obra u omisión. Hagas lo que hagas, no te salvas de ser pecador. Así la Iglesia cree que mantiene un público cautivo asegurado… y todo parece indicar que no se equivoca al creerlo. Pero también el sufrimiento se explica hacia el futuro: dichoso los que sufren, dichosos los pobres, dichosos los últimos, porque de todos ellos será el reino de los cielos, ellos serán los primeros. Extraño argumento, si pensamos que un asesino serial puede ser pobre y sufrir considerablemente, pero en fin: es el reino de la fe, no de la razón. Quien solo tiene fe, puede creer en las barrabasadas más incoherentes, sin siquiera darse cuenta.

Para algunos los budistas, el dolor nos remite al pasado, pues es el resultado de nuestras acciones. Algunos consideran que se trata de nuestras acciones en esta vida, otros, de nuestras acciones en vidas pasadas. Esta idea no carece de una buena lógica. Es evidente que cosechamos lo que sembramos, aunque aquí alguien podría decir que, por ejemplo, Carlos Slim es feliz sin haber sembrado tanto como ha cosechado… porque miren que ha cosechado! Pero yo le preguntaría a este señor ¿en verdad es usted feliz, Sr. Slim? Mmmmm… no lo se, pero no lo creo. Se la ha de pasar bien, no lo dudo, pero ser feliz es mucho más que eso.

Pero lo que me interesa señalar es otro tipo de budismo que encuentra una explicación al dolor en nuestra propia psicología. Sufrimos porque tenemos ciertos pensamientos, imágenes mentales o emociones, que conforman ideas falsas de nosotros y de los demás. Pero no sólo las conforman, sino que las “congelan”, o como le gustaba decir a Nietzsche, las “egipcianizan”. A lo que me refiero es que no solo las conforman, sino que las establecen como absolutas e inmutables, eternas y únicas. Y eso, sí que causa dolor.

¿Cómo superar ese dolor desde esta perspectiva? Pues haciendo con nuestros patrones mentales, lo mismo que hacemos con la chapa de la puerta de la casa cuando se oxida: le ponemos removedor, aceitito para que gire lo que tiene que girar, para que se mueva lo que se tiene que mover. O hasta la quitamos, la mandamos a volar y ponemos una chapa nueva. No hay porqué quedarse eternamente apegados a una chapa vieja: tampoco a una idea dolorosa.

Pero ¿Cómo hacerle para curar el dolor? Bueno, hasta donde voy, hasta este punto de mi camino, ese aceitito que mueve los engranajes de nuestro cerebro, en Occidente los budistas le han llamado “meditación”. Y sí que mueve los engranajes, y sí que cambia patrones mentales, y sí que es un cambio de paradigma de 180 grados con respecto a lo que creemos que somos los seres humanos en Occidente.

E implica, por supuesto, un concepto de felicidad que no tiene nada que ver con la que puede tener un millonario económico. Es una felicidad que solo pueden tener los millonarios de otro tipo. Y creo, no se si me equivoque, pero creo que para lograrlo es necesario un maestro: alguien que sepa bien lo que hace y que tenga el honesto deseo de transmitirlo... se dice fácil, pero yo tardé bastante en encontrarlo. Tener un buen maestro en esto es tan importante, que en la antigua India el saludo habitual entre meditadores para un desconocido era: "¿Quién es tu maestro?". Yo respondería: Kavindu. He encontrado un maestro, solo me queda hacer todo por ser una buena discípula.

Esas cosas he pensado y sobre eso he leído estos días de lluvia y encierro, con mi tobillo fracturado, de modo que sí, vuelvo a mi viejo cuento taoísta: Me rompí un pie… Ay, qué mala suerte… ¿si? Quizá… quizá… quizá… Ja, ja, ja!

Entre "gracias" y "desgracias", con Sangharakshita

A raíz del cuento taoísta que les conté, Anónimo respondió algo que me hizo pensar y la respuesta terminó convirtiéndose en algo nuevo, así que ahí va. Le decía y le digo tanto a Anónimo como a ustedes, que la palabra "gracia" o incluso su tan usado plural, "gracias", me ha hecho receptiva a este cuento. ¿Qué es una gracia para el ser humano? El ejemplo más contundente para mi, es el de lo sucedido a un joven de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, llamado Norman Sverdlin. Este joven murió en un accidente y los padres quedaron destrozados, y lo que ellos hicieron con su desgracia para mi fue una lección. Instituyeron un premio anual que lleva el nombre de su hijo: Norman Sverdlin. Y cada año tres estudiantes (uno de licenciatura, otro de maestría y otro de doctorado) dan las gracias al recibir el premio a la mejor tesis. Yo creo que en verdad es de lo más noble hacer una gracia partiendo de una desgracia.
El cuento taoísta en realidad parece dejar las gracias y las desgracias un poco al azar, porque así es: un día vas caminando, te rompes un tobillo, te enyesan, te quedas encerrada, te sientes inútil, medio depre... y de repente no, te das cuenta de tantas cosas, que terminas diciendo "qué bueno que sucedió esto"... y fue el azar. Pero creo que en realidad la oportunidad de crecer, no radica en el mero azar, sino en el corazón del ser humano, por usar una metáfora.
El azar, en efecto, nos tiene agarrados de... pues en realidad de un hilo. Pero nosotros tenemos cierta capacidad de movimiento para torcer las cosas, para reenfilar nuestra vida, no se: tenemos la capacidad de luchar por hacer una gracia, de una desgracia. Se dice fácil y no lo es, no, para nada. Pero creo que ahí está la gracia de la vida, en ello radica todo.
Les mando un poema que Sangharakshita que dice esto mejor que yo. Él es un sabio budista (que aún vive) y escribió este poema parafraseando y superando a Blake. Yo lo tomé de un libro maravilloso, que está por publicarse, escrito por otro monje mexicano, vivo y en activo plenamente, de nombre Kavindu:

El optimismo de la mente creativa persiste
a pesar de los estímulos desagradables.
Ama donde no hay razón para amar,
es feliz donde no hay razón para ser feliz,
crea donde no hay posibilidad de creatividad,
y de esa manera construye un cielo
en medio de la desesperación del infierno.

Cuando ese libro de Kavindu salga a la venta, les avisaré a todos, porque en verdad hay que leerlo! Al menos aquellos que quisiéramos construir un cielo en cualquier ambiente posible...

Clarice Lispector: "Perdonando a Dios"

A raíz de lo que dijimos -o quizá de lo que no dijimos- sobre el amor, Adán nos mandó a leer este cuento que encontró en el blog de Ana que lleva por nombre el de otra obra de Clarice: "La manzana en la oscuridad". Yo no lo conocía y creo que después de leerlo varias veces comienzo a comprender algo o quizá tan solo lo presiento: para amar el mundo hay que amar no lo que una o uno amaría, sino lo que es... creo es a esto a lo que el budismo llama "talidad", que es el ver las cosas tal y como son: sugerencia impensable siquiera para la filosofía Occidental: ¿conocer el nóumeno? ¿En serio conocer las cosas tal y como son? Y no solo conocerlas, sino amarlas.
Porque la idea de la "talidad" budista no remite a cuestiones epistemológicas, sino existenciales: a la aceptación de la vida tal cual es. En fin, quisiera que leyeran este cuento, de modo que lo dejo aquí. Y gracias a Adán por este regalo, a Ana y su blog y claro, finalmente, a Clarice... quizá algún día seamos capaces de ser la madre de una rata muerta! Pero no, no me hagan caso. Léanlo, les va a maravillar.

Perdonando a Dios

Iba andando por la avenida Copacabana y miraba distraída los edificios, la franja del mar, las personas, sin pensar en nada. No me había dado cuenta aún de que en realidad no estaba distraída, de que era un momento de atención sin esfuerzo, de que yo era una cosa muy rara: era libre. Veía todo, y sin motivo. Sólo poco a poco empecé a advertir que estaba percibiendo las cosas. Entonces mi libertad sin dejar de ser libertad, se intensificó un poco más. No se trataba de un tour de propiétare, nada de aquello era mío ni yo lo deseaba. Pero creo que me sentía satisfecha con lo que veía.
Entonces tuve una sensación de la que no había oído hablar nunca. Por puro cariño me sentí madre de Dios, que era la tierra, el mundo. Por puro cariño, así de simple, sin prepotencia ni gloria alguna, sin el menor sentimiento de superioridad o igualdad, yo era por cariño la madre de lo que existe. Supe también que si lo que yo sentía “hubiese sido cierto” –y no posiblemente una equivocación del sentimiento–, Dios se habría dejado querer sin ningún orgullo, sin ninguna pequeñez y sin ningún compromiso conmigo. Le habría parecido aceptable la intimidad con la que yo le daba cariño. Para mí el sentimiento era nuevo, pero muy real, y no se había presentado antes porque no había sido posible. Sé que se ama lo que Dios es. Con amor grave, con respeto, miedo, reverencia. Pero nunca me habían hablado de sentir por Él un cariño maternal. Y así como mi cariño por un hijo no lo reduce, incluso lo agranda, ser madre del mundo no hacía mi amor menos libre.
Y fue entonces cuando casi pisé una enorme rata muerta. En menos de un segundo estaba erizada por el terror de vivir, de menos de un segundo estallaba entera de pánico y controlaba como podía mi grito más profundo. Corriendo casi de miedo, ciega entre la gente, acabé en la otra manzana aferrada a un poste, cerrando violentamente los ojos, que no querían ver más. Pero la imagen se filtraba por los párpados: una gran rata rubia, de enorme cola, con las patas aplastadas, y muerta, quieta, rubia. Tengo un miedo desmesurado a las ratas.
Toda estremecida, logré seguir viviendo. Seguí andando, perpleja, con la boca infantilizada por la sorpresa. Intenté cortar la conexión entre los dos hechos: lo que había sentido minutos antes y la rata. Pero era inútil. Los vinculaba por lo menos la contigüidad. Ilógicamente, ambos hechos tenían un nexo. Me horrorizaba que una rata hubiera sido mi contrapunto. Y de pronto me invadió la rebeldía: ¿entonces yo no podía entregarme desprevenida al amor? ¿Qué quería Dios hacerme recordar? No soy de esas personas que necesitan que les recuerden que dentro de todo esta la sangre. No sólo no olvido la sangre de adentro sino que la admito y la quiero, demasiado soy la sangre como para olvidar la sangre, y para mí la palabra espiritual no tiene sentido. No hacía falta arrojarme una rata a la cara desnuda. No en ese instante. Bien se podría haber tenido en cuenta el pavor que me alucina y persigue desde pequeña, las ratas ya se habían reído de mí, en el pasado del mundo las ratas ya me habían devorado con impaciencia y con rabia. ¿Pero entonces era así? ¿Yo andaba por el mundo sin pedir nada, sin necesitar nada, amando con puro amor inocente, y Dios que me enseña su rata? La grosería de Dios me hería y me insultaba. Dios era un bruto. Mientras caminaba cpn el corazón cerrado, sentía una decepción tan inconsolable como sólo había sentido cuando niña. Seguí caminando, trataba de olvidar. Pero sólo se me ocurría vengarme. ¿Pero qué venganza podría tomarme yo contra un Dios todopoderoso, que hasta con una rata aplastada podía aplastarme? La mía era una vulnerabilidad de criatura sola. En mi deseo de venganza no podía siquiera enfrentarme con Él porque no tenía ni idea de dónde estaba. ¿Cuál sería la cosa en donde Él ya no estaba que yo, mirándola con rabia, fuese capaz de ver? ¿La rata? ¿Aquella ventana? ¿Las piedras del suelo? Era en mí en donde Él ya no estaba. Era en mí en donde ya no lo veía.
Entonces se me ocurrió la venganza de los débiles. ¿Ah, sí? Pues entonces, en vez de guardarme el secreto, lo contaré. Sé que entrar en la intimidad de Alguien y después contar los secretos es innoble, pero yo voy a contar –no cuentes, aunque sólo sea por cariño no cuentes, guárdate para ti sola las miserias de Dios–, sí, voy a contar, voy a difundir lo que me pasó, esta vez no va a quedar así, voy a contar lo que Él hizo, voy a arruinarle la reputación.
…pero a lo mejor fue porque el mundo mismo es rata, y para la rata había yo pensado que también estaba preparada. Porque me imaginaba más fuerte. Porque hacía del amor un cálculo matemático equivocado: pensaba que, sumando las comprensiones, amaba. No sabía que es sumando las incomprensiones como se ama verdaderamente. Porque sólo por haber sentido cariño pensé que amar era fácil. Y porque rechacé el amor solemne, sin comprender que la solemnidad ritualiza la incomprensión y la convierte en ofrenda. Y también porque siempre, siempre, he sido muy peleadora, mi modo es pelearme. Y porque siempre intento llegar a mi modo. Y porque todavía no sé ceder. Y porque en el fondo quiero amar lo que yo amaría, no lo que es. Y porque todavía no soy yo misma, y por lo tanto el castigo es amar un mundo que no es él mismo. Y también porque me ofendo sin razón. Y porque acaso necesito que me hablen con brutalidad, pues soy muy testaruda. Y porque soy muy posesiva, y entonces empecé a preguntarme si no quería también la rata para mí. Y porque sólo podré ser la madre de las cosas cuando sea capaz de agarrar una rata con la mano. Sé que nunca seré capaz de agarrar una rata sin morir de mi peor muerte. Usé yo entonces el magnificat que se entona a ciegas sobre aquello que no se conoce ni se ve. Y usé yo el formalismo que me aparta. Porque el formalismo no a herido mi simplicidad sino mi orgullo, pues es por orgullo de haber nacido que me siento tan íntima del mundo, pero de este mundo que ya extraje de mí con un grito mudo. Porque la rata existe tanto como yo, y quizá ni yo ni la rata seamos para ser vistas por nosotras mismas, quizá la distancia nos iguale. Quizá antes que nada yo tenga que aceptar esta naturaleza mía de querer la muerte de una rata. Quizá me crea harto delicada sólo porque no cometí mis crímenes. Sólo porque contuve mis crímenes creo que mi amor es inocente. Quizá no pueda mirar la rata mientras no pueda mirar sin lividez esta alma mía apenas contenida. Quizá tenga que llamar “mundo” a esta forma mía de ser un poco de todo. ¿Cómo puedo amar la grandeza del mundo si no puedo amar el tamaño de mi naturaleza? Mientras imagine que “Dios” es bueno por el solo hecho de que yo soy mala, no estaré amando nada: apenas será una forma de acusarme. Yo, que sin siquiera haberme recorrido toda ya elegía amar a mi contrario, y a mi contrario quiero llamarlo Dios. Yo, que jamás me habituaré a mí misma, pretendía que el mundo no me escandalizase. Porque yo, que de mí sólo obtuve no someterme a mí misma, pues soy mucho más inexorable que yo, pretendía recompensarme de mí misma con una tierra menos violenta que yo. Porque mientras ame a un Dios únicamente porque no me quiero a mí, seré un dado marcado y el juego de mi vida mayor no podrá realizarse. Mientras yo invente a Dios, Él no existirá.


En: Clarice Lispector, Felicidad Clandestina. Editorial Grijalbo, traducción: Marcelo Cohen

Entre Dostoievski, Tolstoi y el budismo...

No cabe duda: me gusta Ana Karenina… esto es, Tolstoi, no la mujer, no la personaje: me gusta Tolstoi. Les cuento que estos días de “lisiada” como dice mi hija usando el lenguaje con toda propiedad cuando se refiere a mi fractura de pie, me he acordado mucho de Levin. Y es que esa obra, Tolstoi presenta dos tipos de búsqueda muy diferentes: la de Ana, que es la búsqueda del amor, y la de Levin: la búsqueda por el sentido de la existencia humana. Y vengo cayendo en cuenta de que ambas búsquedas -¡qué cosa más curiosa!- siendo completamente diferentes, se resumen en la misma palabra. Y es que se trata de una palabra, de un concepto, más bien, que se usa tanto y para tantas cosas, que ya no nos dice nada. Ambas búsquedas llegan a la palabra “amor”, pero entendiendo por eso algo completamente diferente.

Para Ana, el amor es el amor a un hombre. Diríamos que Ana está enamorada, perdidamente enamorada. Pero como bien lo vio Dostoievski en Los hermanos Karamásov, “enamorarse no significa amar. Uno puede enamorarse sin dejar de odiar” (si les interesa, es el capítulo 3 del libro tercero) Pero regresemos a Tolstoi: Ana está enamorada de un hombre y no ve más allá de eso. El Romanticismo nos donó maravillas de todo tipo, pero nos dejó también una visión muy estúpida del amor. Nos hizo creer que amar es enamorarse, cuando enamorarse es una especie de ceguera, un no ver más allá de lo que uno puede ver, que en ese estado suele ser muy poco. Enamorarse es una delicia, quien lo duda: a veces hasta sus sufrimientos son flores, como dice una antigua canción española. Pero eso no es amor. Es más bien un estado de obnubilación, un no poder ver nada con claridad. Y Ana paga caro su enamoramiento, esto es, su no poder ver; lo paga con la vida. El romanticismo apesta…

Levin, contrapeso de la misma obra, estudia filosofía, sube y baja con un solo afán: comprender porqué estamos aquí, su pregunta es si acaso la vida tiene o no un sentido. Y un poco ya dado por vencido, al no encontrar respuesta satisfactoria alguna, le da por trabajar en su propia finca, con sus propios jornaleros, a la par que ellos. Trabaja con ellos, descansa con ellos, come con ellos. Y en uno de esos descansos, platicando con uno de ellos, el humilde campesino le explica al doctorado señor cuál es el sentido de la vida… “Todos los hombres –dice el campesino- no son iguales: hay unos que viven para su vientre… otros viven para su alma, para Dios…” (curiosos: cap.11 de la octava parte de Ana Karenina) Y explica enseguida lo que quiere decir con esto: Hay quienes tienen compasión, quienes no hacen daño a los demás y sufren al ver sufrir al otro. Com-parten con el otro (eso es com-pasión) mientras que hay otros que sólo viven para su vientre: el otro les vale madre…

Qué diferentes formas de comprender el amor. Me quedo con la segunda: creo en el amor que siento por todo y por todos. Eso. Y creo, finalmente, que se han dicho muchas, muchísimas estupideces sobre el budismo. Ahora que lo estudio lamento tanto su mala difusión… Que “niega los deseos” cuando eso es solo una mala traducción de UNA palabra… que es contemplación estéril... el budismo enarbola lo mismo que ese viejo campesino dijo a Levin: el sentido de la vida y la felicidad se encuentra en la com-pasión, la cual no tiene nada que ver con la forma en que ese concepto fue manoseado por el cristianismo. Tiene que ver con... bueno, ahí van algunas pistas: Com-pathos, com-patía, em-patía, com-partir…. por ahí va!

Panta rei...

Sostener lo insostenible con un hilo, en un suspiro: esa es mi especialidad. ¿Qué lleva a alguien a sostener un mundo entero? Una honda necesidad de no estar sola en el abismo, de conservar el propio mundo con un horizonte firme: quimera de quimeras: vanidad de vanidades y persecución del viento....
Tengo una honda necesidad de poblar todos mis abismos, de sembrarlos de mil criaturas, desde las más bellas hasta las más terribles… cualquier cosa antes que simplemente... nada. Mejor creer en lo peor, antes que creer en nada.
Pero quien se afana en sostener lo insostenible, sabe qué absurda es su pretensión... el hilo siempre se rompe. El mundo creado cae y se destroza en mil pedazos.
Entonces viene una segunda etapa, también crónica, como toda enfermedad incurable: recoger fragmentos y volver a unirlos. He ahí otra de mis especialidades: rehacer lo deshecho, recoger fragmentos e hilachos sueltos sin saber siquiera a qué parte corresponden. Recoger y caminar trabajosamente con todas las piezas a cuestas, hasta encontrar un lugar donde disponerlas, donde valorar lo que ha quedado después del desastre.
Llego así al recuento de los daños y el lamento por las pérdidas: ¿Qué ha quedado? ¿En qué momento cayeron en tierra fértil las semillas del desastre? ¿Y cuánto tiempo me llevará arrancar sus nécios retoños?
Pero siempre aparece finalmente la paciencia y poco a poco el dolor deja paso al reconocimiento de las formas. Esto es un brazo, esto un zapato. Parte de un vestido, un pie… Y entonces es el momento de sentarse a armar, a reconstruir lo perdido.
Las piezas siempre toman formas diferentes. A veces una cree que el producto final vuelve a ser el mismo que antes: nunca lo es. Puede ser mejor o peor, pero nunca es igual. Y ya armado el mundo, otra vez a tejerle mil disfraces: a tejer con hilachos viejos y desechos una y otra vez los mismos sueños, por las mismas razones. He ahí otra de mis funciones: tejer con hilos viejos ropas nuevas.
Y en esa tragedia está la esperanza: todo puede volver a ser nuevo. Lo que era de una manera puede ser de otra al ensamblarse en una nueva forma. En ningún lugar está escrito el orden del ensamblaje: puedo crear ángeles o monstruos, o ángeles monstruosos. Puedo crear fuentes y pájaros, puedo enarbolar la compasión y la solidaridad y amar al que me ha odiado, ayudar al que me ha herido, vencer al miedo, al diablo y a la soledad, mismo personaje en diversos ropajes. Amar el miedo, el diablo y la soledad. Pagarle con una caricia al diablo.
Nada está escrito y yo tengo una pluma en la mano.
Yo decido qué escribir.
Y así vuelvo a crear un nuevo equilibrio sobre un hilo. A sabiendas de que se romperá cuando sea su momento, porque esa es la esencia de la vida: todo fluye, todo cambia: panta rei!

Este camino

Este camino


A ciegas, como un niño.
Como un niño a pasos inseguros.
Yendo a poner la frente sobre el filo
de todas las cuchillas...
Que nadie me dé luz. Que nadie tienda
su gesto en mi socorro.
Dejadme que tropiece, que me hiera,
dejadme que me caiga...

¡Nadie podrá sostenerme los pasos
si mi esfuerzo
no puede sostenerme!

Este camino yo he de hacerlo a solas...
Que me ayude yo misma.
Que me alce yo y sostenga.
Que me empuje mi fuerza y sólo ella.
No habrá nadie capaz de levantarme
más alto que mi pecho
sin que la sangre huyera por mis poros.

Pequeña o no, dejadme ir a la altura
a que puedan llegar mis pies sin guía.
Dejad que pruebe mis músculos, mis nervios,
la anchura de mi espíritu.
Dejadme ser a mí. ¡Aunque no sea
cuanto hubiera podido!

Y aunque en barro se graben, ¡que sean mías
las huellas de mis dedos!

Jirón de sol o sombra diluida,
dejadme ser yo misma
y buscarme yo a solas...!


Mirta Aguirre

Janik

Durante los muchos años que he dado clases en la UNAM he conocido muchos, muchos estudiantes. Algunos de ellos se han hecho amigos cercanos, queridos, otros han conservado más su distancia. De manera peculiar recuerdo el día en que entré al salón y me di cuenta de que alguien llevaba un gatito bebé. "Mau, miauuu, Prrrmiau..." Recuerdo que pensé que iba a ser difícil concentrarme con ese gatito en clase. Por otro lado me encantan los animales así que mientras el grupo, (que era un grupo como de ochenta alumnos) se sentaba y acomodaba, yo intenté localizar al gatito. Estaba cerca, lo escuchaba bastante cerca... pero nada. ¿Lo traerían en una mochila? Pobre gato, pensé. Por fin todos se callaron y acomodaron, menos el gato, que seguía: "meow...miaaaau..." (Era un gato bilingüe.. ja ja ja)
Bueno, total que adopté mi postura de profesora enojona y dije: ¿Quién trae un gato? Se escucharon algunas risitas y, lo más sorprendente, el gato se calló. Entonces vi que una alumna, que por cierto me parecía muy abierta, alegre e inteligente, se ruborizó considerablemente. Sus compañeras volteaban a verla... y me dijo: ¡Ay maestra, perdón, soy yo! Pero ¿cómo? le dije ¿puedes hacer tan bien como gato? Le pedí que volviera a hacerlo y ya no quiso, estaba muy apenada... pero desde entonces se me hizo muy simpática.
El tiempo pasó, el año terminó, y cada vez que la encontraba en los pasillos, solamente me decía una cosa: ¡Maestra! Siempre con prisas las dos, nos saludábamos corriendo. Luego tuve un proyecto PAPIME, la invité, formó parte de él, concluimos bien todo... y la amistad quedó.
Hoy Janik vino a casa, a ver a su maestra con la pata rota. Como siempre, lo primero que me dijo al verme, fue "¡maestra!". Desde hace tiempo ya que nos hablamos "de tu" y la confianza es muy grande, pero igual sus primeras palabras para conmigo siempre son las mismas. Janik pasó la tarde diseñando a mi gusto la presentación de este blog. Su presencia iluminó mi casa y estos días que para mi han sido de impotencia, por no poder moverme bien.
Ser profesora de la UNAM me ha dado mucho, muchísimo. Pero de todo lo recibido, lo mejor es el afecto de mis alumnos. Yo creo que ellos saben, sienten, cuánto los quiero. Pienso que no estoy sola... Ellos van conmigo.
Gracias por tu paciencia, por tu tarde dedicada a mi blog, y sobre todo por tu preciosa amistad, mi querida Janik!

La cotidianidad

Hoy leí la publicación que Livi y Alberto hicieron en Facebook sobre la vida cotidiana. Livi la escribió a raíz de un comentario de Alberto Constante, en el que contaba lo agradable que le resulta la vida diaria. Comentó detalles sobre su canario, el cual fue un regalo de su abuela: de cómo cada mañana hay que cambiar el papel, limpiar la jaula, cómo cada noche lo cubre del frío, en fin: cuenta su amor por los actos cotidianos. Alberto habló de su gatita huraña, y de cómo su presencia le hacía feliz.
Me impresionaron mucho estos comentarios porque por lo general la cotidianidad es vista como algo negativo. La cotidianidad suele verse como la tumba de una relación amorosa, o como lo más cercano al tedio y al aburrimiento. Y sin embargo lo que Alberto y Livi transmiten es un amor tan sereno como desbordante por los pequeños actos cotidianos que conforman su existencia.
En el Taoísmo de Lao Zi, hay un concepto clave que se traduce como "saber conformarse". Este no tiene nada que ver con un mero "conformismo", sino más bien con saber vivir con aquello que nos rodea y cuidarlo, amarlo. Creo que esa es la enseñanza de Livi y Alberto. Él cuida a su huraña gatita y le conmueve su presencia. Ella se ocupa de una pequeña ave, regalo de su abuela, (a quien ya adivino muy amada por Livi). Parece no faltarles nada más...
Me parece que ambos tienen un secreto. El amor a la vida no es nada más un amor desmedido a los grandes momentos, sino el amor a los más pequeños y cotidianos componentes de ella. Creo que el ser humano constantemente busca grandes momentos, grandes amores, éxitos sublimes, y no ve lo más importante: el musgo que crece entre la piedra.
¿Porqué? Yo creo que dejamos de ver las cosas no solo cuando nos habituamos a ellas, sino cuando estamos descontentos. Se hace entonces un círculo muy vicioso, en el que el descontento genera más descontento... ¿cómo romperlo? Me imagino que si uno es creativo pueden existir múltiples formas de hacerlo. Pero creo que las únicas eficientes son las que tienen que ver con la relación que uno tiene. o en mi caso, que una tiene con una misma. El amor y el contento no se pueden sentir, por más que se nos otorguen, si no tenemos primero ese amor y ese contento de uno para uno mismo. En lo personal, meditar me ha ayudado mucho, gracias a que encontré un gran maestro, quizá conocido por muchos de ustedes: Kavindu.
Pero debo de decir que con todo, no me resulta fácil. La insatisfacción en mi vida suele ser un huésped tan usual como poco deseable... y creo que el único camino posible es la aceptación y sí, el amor que una pueda llegar a sentir por una misma. Estoy en el camino, y desde él, doy gracias a Livi y a Alberto por mostrar tanta belleza!

Un viejo cuento taoísta

Hace muchos años, en la antigua China, vivía un viejo campesino, acompañado de su hijo menor, quien le ayudaba en las tareas del campo. El viejo tenía un caballo y como eran muy pobres, el animal era su único patrimonio. Cierta mañana, el viejo y su hijo despertaron para encontrar que el caballo había huido: el corral estaba vacío. Comenzaron, padre e hijo, a trabajar sin ayuda del caballo y su vecino, al pasar, les preguntó por el animal. Al saber lo que había ocurrido, le dijo al viejo: "Qué pena, amigo, en verdad qué mala suerte" y el viejo le respondió "Quizá...".
Al día siguiente, temprano por la mañana se sintió temblar la tierra y se escuchó un fuerte galopeo... el viejo salió corriendo y no creía lo que sus ojos veían: su caballo había regresado acompañado de otros hermosos caballos salvajes y ahí estaba, esperando para ser recibido. El viejo saludó a su caballo y comenzó a hacer el esfuerzo de capturar a los demás. Una vez hecha esa labor, solamente quedaba amaestrarlos, labor a la cual se abocó su hijo. Esa tarde el vecino pasó y se rió al contemplar el espectáculo, diciendo: ¿Quien lo iba a decir, amigo: ¡Que magnífica suerte has tenido esta vez! El viejo sonrió, levantó las cejas y dijo "Quizá..."
Pasaron los días y una mañana el viejo escuchó lamentos de dolor. Corrió afuera y encontró a su hijo lastimado: había caído de un caballo al tratar de amaestrarlo. Lo llevó al médico del lugar, quien le vendó la pierna y le puso en riguroso reposo. Esa tarde, al no ver al hijo trabajando, el vecino preguntó qué había ocurrido. Al saber la historia, respondió: "Pues después de todo, amigo, un hijo es lo más preciado. No han traído buena suerte estos caballos, sino mala, muy mala suerte" Y el viejo, un poco triste y cansado, se limitó a responder: "Quizá..."
Al día siguiente, unos enviados del Emperador llegaron a anunciar la guerra contra al pueblo vecino, y a la vez se llevaban a todos los jóvenes para adiestrarlos y llevarlos al campo de batalla. Al ver al hijo del viejo, le dejaron en su casa, pues no servía para la guerra. Esa tarde el vecino ya se había enterado de todo y corrió alegre a casa de su amigo. "¡Hermano! -le dijo- después de todo, ahora lo comprendo: la suerte está contigo!" El viejo se acercó a su amigo con paciencia y le dijo: "¿Es que no has comprendido nada, querido amigo? La vida fluye, no deja de cambiar. Lo que hoy parece ser el más tremendo de los males, puede dar la vuelta y generar un beneficio. A veces aun sin saberlo, lo que aparentemente es el peor de los castigos, nos salva de males mayores. ¿Quienes somos para comprender lo insondable? La vida misma es insondable para nosotros... dejemos que devenga sin juzgarla y tratemos simplemente de hacer de cada día, lo mejor".

Con las alas rotas...

Bueno, la neta es que suena bastante más interesante decir "con las alas rotas" que contar una historia tan trivial como esta: comienzo este blog porque estoy inmovilizada después de haber introducido mi blanquecino pie en un agujero, para caer luego como tronco, toda yo, sí, toda yo, al suelo. Toda yo menos el pie, que se quedó introducido -como ya había dicho- en el mencionado agujero.
El evento me introdujo una joda horrible... y lo supe desde que escuché "crac", porque así hizo mi pobre tobillo: crac, y luego, pues el dolor, la necedad, las radiografías, un doctor más jetón que perro de tres cabezas que cuida las puertas del infierno, y eso que sólo tenía una. Luego Rebequita mi amiga adorada, me mandó las muletas prestadas de su hija Mariana, y luego a tratar de caminar, y luego una bolsa de basura con cinta canela para bañarme... en fin: qué necedad.
De modo que realmente debería haber comenzado diciendo: "con la pata rota" pero ¡dios! suena TAN poco romántico... Estoy aquí guardada y sola, buscando qué hacer. Soy aburrimiento... ¡Qué diera por ir al cine! Ya voy en mi tercer libro releído, en mi segundo documental de National Geographic, en mi novena hora de poner buena cara... y siento ansias de hablar con alguien y comunicarme...
Así que ahora publicaré aquí algunas cosillas que no publico. Poemas o artículos pequeños... a ver cómo nos va... cinco, cuatro, tres, dos, uno... (o una, vaya usted a saber el género de los números/as) ...cero... VAAAA!!!