Clarice Lispector: "Perdonando a Dios"

A raíz de lo que dijimos -o quizá de lo que no dijimos- sobre el amor, Adán nos mandó a leer este cuento que encontró en el blog de Ana que lleva por nombre el de otra obra de Clarice: "La manzana en la oscuridad". Yo no lo conocía y creo que después de leerlo varias veces comienzo a comprender algo o quizá tan solo lo presiento: para amar el mundo hay que amar no lo que una o uno amaría, sino lo que es... creo es a esto a lo que el budismo llama "talidad", que es el ver las cosas tal y como son: sugerencia impensable siquiera para la filosofía Occidental: ¿conocer el nóumeno? ¿En serio conocer las cosas tal y como son? Y no solo conocerlas, sino amarlas.
Porque la idea de la "talidad" budista no remite a cuestiones epistemológicas, sino existenciales: a la aceptación de la vida tal cual es. En fin, quisiera que leyeran este cuento, de modo que lo dejo aquí. Y gracias a Adán por este regalo, a Ana y su blog y claro, finalmente, a Clarice... quizá algún día seamos capaces de ser la madre de una rata muerta! Pero no, no me hagan caso. Léanlo, les va a maravillar.

Perdonando a Dios

Iba andando por la avenida Copacabana y miraba distraída los edificios, la franja del mar, las personas, sin pensar en nada. No me había dado cuenta aún de que en realidad no estaba distraída, de que era un momento de atención sin esfuerzo, de que yo era una cosa muy rara: era libre. Veía todo, y sin motivo. Sólo poco a poco empecé a advertir que estaba percibiendo las cosas. Entonces mi libertad sin dejar de ser libertad, se intensificó un poco más. No se trataba de un tour de propiétare, nada de aquello era mío ni yo lo deseaba. Pero creo que me sentía satisfecha con lo que veía.
Entonces tuve una sensación de la que no había oído hablar nunca. Por puro cariño me sentí madre de Dios, que era la tierra, el mundo. Por puro cariño, así de simple, sin prepotencia ni gloria alguna, sin el menor sentimiento de superioridad o igualdad, yo era por cariño la madre de lo que existe. Supe también que si lo que yo sentía “hubiese sido cierto” –y no posiblemente una equivocación del sentimiento–, Dios se habría dejado querer sin ningún orgullo, sin ninguna pequeñez y sin ningún compromiso conmigo. Le habría parecido aceptable la intimidad con la que yo le daba cariño. Para mí el sentimiento era nuevo, pero muy real, y no se había presentado antes porque no había sido posible. Sé que se ama lo que Dios es. Con amor grave, con respeto, miedo, reverencia. Pero nunca me habían hablado de sentir por Él un cariño maternal. Y así como mi cariño por un hijo no lo reduce, incluso lo agranda, ser madre del mundo no hacía mi amor menos libre.
Y fue entonces cuando casi pisé una enorme rata muerta. En menos de un segundo estaba erizada por el terror de vivir, de menos de un segundo estallaba entera de pánico y controlaba como podía mi grito más profundo. Corriendo casi de miedo, ciega entre la gente, acabé en la otra manzana aferrada a un poste, cerrando violentamente los ojos, que no querían ver más. Pero la imagen se filtraba por los párpados: una gran rata rubia, de enorme cola, con las patas aplastadas, y muerta, quieta, rubia. Tengo un miedo desmesurado a las ratas.
Toda estremecida, logré seguir viviendo. Seguí andando, perpleja, con la boca infantilizada por la sorpresa. Intenté cortar la conexión entre los dos hechos: lo que había sentido minutos antes y la rata. Pero era inútil. Los vinculaba por lo menos la contigüidad. Ilógicamente, ambos hechos tenían un nexo. Me horrorizaba que una rata hubiera sido mi contrapunto. Y de pronto me invadió la rebeldía: ¿entonces yo no podía entregarme desprevenida al amor? ¿Qué quería Dios hacerme recordar? No soy de esas personas que necesitan que les recuerden que dentro de todo esta la sangre. No sólo no olvido la sangre de adentro sino que la admito y la quiero, demasiado soy la sangre como para olvidar la sangre, y para mí la palabra espiritual no tiene sentido. No hacía falta arrojarme una rata a la cara desnuda. No en ese instante. Bien se podría haber tenido en cuenta el pavor que me alucina y persigue desde pequeña, las ratas ya se habían reído de mí, en el pasado del mundo las ratas ya me habían devorado con impaciencia y con rabia. ¿Pero entonces era así? ¿Yo andaba por el mundo sin pedir nada, sin necesitar nada, amando con puro amor inocente, y Dios que me enseña su rata? La grosería de Dios me hería y me insultaba. Dios era un bruto. Mientras caminaba cpn el corazón cerrado, sentía una decepción tan inconsolable como sólo había sentido cuando niña. Seguí caminando, trataba de olvidar. Pero sólo se me ocurría vengarme. ¿Pero qué venganza podría tomarme yo contra un Dios todopoderoso, que hasta con una rata aplastada podía aplastarme? La mía era una vulnerabilidad de criatura sola. En mi deseo de venganza no podía siquiera enfrentarme con Él porque no tenía ni idea de dónde estaba. ¿Cuál sería la cosa en donde Él ya no estaba que yo, mirándola con rabia, fuese capaz de ver? ¿La rata? ¿Aquella ventana? ¿Las piedras del suelo? Era en mí en donde Él ya no estaba. Era en mí en donde ya no lo veía.
Entonces se me ocurrió la venganza de los débiles. ¿Ah, sí? Pues entonces, en vez de guardarme el secreto, lo contaré. Sé que entrar en la intimidad de Alguien y después contar los secretos es innoble, pero yo voy a contar –no cuentes, aunque sólo sea por cariño no cuentes, guárdate para ti sola las miserias de Dios–, sí, voy a contar, voy a difundir lo que me pasó, esta vez no va a quedar así, voy a contar lo que Él hizo, voy a arruinarle la reputación.
…pero a lo mejor fue porque el mundo mismo es rata, y para la rata había yo pensado que también estaba preparada. Porque me imaginaba más fuerte. Porque hacía del amor un cálculo matemático equivocado: pensaba que, sumando las comprensiones, amaba. No sabía que es sumando las incomprensiones como se ama verdaderamente. Porque sólo por haber sentido cariño pensé que amar era fácil. Y porque rechacé el amor solemne, sin comprender que la solemnidad ritualiza la incomprensión y la convierte en ofrenda. Y también porque siempre, siempre, he sido muy peleadora, mi modo es pelearme. Y porque siempre intento llegar a mi modo. Y porque todavía no sé ceder. Y porque en el fondo quiero amar lo que yo amaría, no lo que es. Y porque todavía no soy yo misma, y por lo tanto el castigo es amar un mundo que no es él mismo. Y también porque me ofendo sin razón. Y porque acaso necesito que me hablen con brutalidad, pues soy muy testaruda. Y porque soy muy posesiva, y entonces empecé a preguntarme si no quería también la rata para mí. Y porque sólo podré ser la madre de las cosas cuando sea capaz de agarrar una rata con la mano. Sé que nunca seré capaz de agarrar una rata sin morir de mi peor muerte. Usé yo entonces el magnificat que se entona a ciegas sobre aquello que no se conoce ni se ve. Y usé yo el formalismo que me aparta. Porque el formalismo no a herido mi simplicidad sino mi orgullo, pues es por orgullo de haber nacido que me siento tan íntima del mundo, pero de este mundo que ya extraje de mí con un grito mudo. Porque la rata existe tanto como yo, y quizá ni yo ni la rata seamos para ser vistas por nosotras mismas, quizá la distancia nos iguale. Quizá antes que nada yo tenga que aceptar esta naturaleza mía de querer la muerte de una rata. Quizá me crea harto delicada sólo porque no cometí mis crímenes. Sólo porque contuve mis crímenes creo que mi amor es inocente. Quizá no pueda mirar la rata mientras no pueda mirar sin lividez esta alma mía apenas contenida. Quizá tenga que llamar “mundo” a esta forma mía de ser un poco de todo. ¿Cómo puedo amar la grandeza del mundo si no puedo amar el tamaño de mi naturaleza? Mientras imagine que “Dios” es bueno por el solo hecho de que yo soy mala, no estaré amando nada: apenas será una forma de acusarme. Yo, que sin siquiera haberme recorrido toda ya elegía amar a mi contrario, y a mi contrario quiero llamarlo Dios. Yo, que jamás me habituaré a mí misma, pretendía que el mundo no me escandalizase. Porque yo, que de mí sólo obtuve no someterme a mí misma, pues soy mucho más inexorable que yo, pretendía recompensarme de mí misma con una tierra menos violenta que yo. Porque mientras ame a un Dios únicamente porque no me quiero a mí, seré un dado marcado y el juego de mi vida mayor no podrá realizarse. Mientras yo invente a Dios, Él no existirá.


En: Clarice Lispector, Felicidad Clandestina. Editorial Grijalbo, traducción: Marcelo Cohen

7 comentarios:

Anónimo dijo...

La brujería también habla de ver las cosas tales y como son, sólo que, en la brujeria, todo en el universo es energía. Así, ver las cosas tales y como son es ver -en palabras de Don Juan Matus- fluir la energía en el universo; no obstante, en ella, sí hay epistemología. Y el amor (para variar) también juega un papel muy importante. Al igual que el budismo, el amor a la vida, al conocimiento y a la libertad.

Este cuento, el budismo y la brujería... Ahhhhhhhh ya me emocioné!!! jajajaja.

Saludos Paulina!!!

Paulina Rivero Weber dijo...

Amigo, no se. Creo que el budismo y la brujería persiguen cosas completamente diferentes. No se, pero para mi es como meter en la misma categoría al número 5 y a un calcetín... pero bueno, me imagino que a algo te has de referir... a algo que yo no comprendo, como es evidente. Saludos!

Anónimo dijo...

Creo que los dos persiguen las mismas cosas, pero de manera muy diferente.

Hasta donde mis conocimientos llegan, tanto de la brujería como del budismo, me hacen pensar que lo que buscan estas dos disciplinas es el incremento de la conciencia. El budismo tiene su manera de incrementar la conciencia, la brujería también. He ahí la diferencia.

De todas maneras seguiré reflexionando sobre el tema :D

Saludos

Paulina Rivero Weber dijo...

Amigo, yo creo que no se, esto es: creo que el budismo busca vivir la conciencia en su estado más puro, simplemente eso, la conciencia: ni incrementada ni alterada, ni nada de eso. Antonio Damasio, el neurocientífico, ha escrito sobre esto, si te interesa te paso algunos datos. Claro que Husserl seguramente se infartaría si escuchara esto de experimentar la conciencia en su estado más puro... ja ja ja! Pero bueno, creo que lo que el budismo busca, por lo poco que he podido estudiarlo y practicarlo, es que esa conciencia en su estado más puro nos lleve a lo que ellos llaman el "amor incondicional", que es el amor a todo, el cuidado de todo, el cobijar la existencia de todo ser... Y ya se que esto tiene sus buenos bemoles y aporías, pero a donde voy es a que y yo creo que en la brujería no se preocupan mucho de amar y no dañar a otros seres... ¿me entiendes? Bueno, eso creo... pero gracias por la reflexión. Afuera llueve a cántaros, de modo que es un buen momento para ello! Saludos!

Anónimo dijo...

Hola Paulina!!!
Estuve buscando y leyendo algo sobre la conciencia en su estado puro, ya que no me había topado con ese concepto. Pero bueno, por lo que leí, reafirmé que la brujería y el budismo buscan lo mismo, y reitero, de manera diferente.

Pero antes, quiero aclarar algo a propósito de lo que dijiste: "yo creo que en la brujería no se preocupan mucho de amar y no dañar a otros seres... ". La brujería aquí, no tiene nada que ver con la hechizeria, ni los amarres, ni seres vendiendo pociones para el amor y para matar a alguien y demás cosas extrañas. Hasta se puede equiparar al concepto de chamanismo. En fin, la brujería es un camino de conocimiento, y más preciso, una disciplina que el objetivo principal es unirse con el Todo (Sé que también ese concepto del "todo" tiene sus bemoles y su aporías y un buen de implicaciones ontológicas, éticas, etc.), pero esa unión se logra a través de la conciencia.

El budismo, vive la conciencia en su estado más puro, y ¿qué es eso? muy básicamente, no es otra cosa más que deshacer la división entre objeto/sujeto, es decir, sujeto y objeto son uno, no hay tales divisiones. Sólo así se puede hablar del amor incondicional, amar a la rata sin más y sin menos. Amando a la rata amas al mundo, ¿por qué? porque es uno solo.

¿No es el ego un impedimento? o en otra palabra, ¿es el yo el obstáculo? Sí, por eso los problemas del apego a otras personas, por eso el apego a tu historia familiar, a uno mismo. El budismo y la brujería encuentran en el ego o en el yo, un impedimento bastante dificil de superar, allí encuentran un obstáculo para trabajar la conciencia en su estado puro. El budista sin ego, sin yo, ve el amor incondicional que hay en el mundo y en el universo. El brujo sin la importancia personal, es decir, sin el ego, sin el yo; ve la energía que todo lo impregna, ve el mundo tal como es. Tanto el budista como el brujo, no tienen juicios, sus pensamientos ya no van dirigidos a algo en particular, su conciencia ya es con el todo.

El budista utiliza la meditación, utiliza los mantras, utiliza ciertas poses. El brujo utiliza su cuerpo físico y su cuerpo energético, utiliza ciertos pases; el brujo los llama pases mágicos, también utiliza su vida cotidiana.

La manera de operar del budismo es pasiva y la de la brujería es activa. Es la manera en que veo la diferencia entre el budismo y la brujería, qué no es otra cosa que la manera de.

Saludos Paulina!!!

Paulina Rivero Weber dijo...

No, pues así visto es muy interesante. Quizá yo tengo una idea errónea de la brujería, o más bien ha de ser que existen muchos modos de brujería, ¿no crees? Porque digo, así como la pones pues suena muy bonito... nada de violencia, nada de empujar al apego a seres que no debieran estar ya aquí, nada de matar animales, en fin: así como lo pones suena bien. Debo confesarte que de eso de la brujería sí que no se nada, y el poco acercamiento ocasional que he tenido a ella no me ha dejado bien impresionada. En fin, gracias por todo, y estamos en contacto!

julio sapaguin dijo...

si digo: Hola Paulina...alquien respondera? en este 2019

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