Dedico este breve escrito a mi maestro Kavindu
El parágrafo más afamado de Los capítulos interiores de Zhuang Zi es aquel en el cual el filósofo chino despierta y dice: “Soñaba que era una mariposa que volaba, y ahora que despierto, no se ya si soy una mariposa que sueña que es Zhuang Zi.”
Que la vida sea un sueño, para todo hispanoparlante medianamente culto es casi un lugar común. De inmediato surge en nuestra mente la bella frase de Calderón de la Barca: la vida es sueño y los sueños, sueños son. Pero ya creer en serio que la vida es sueño, me molesta, me incomoda: siempre me ha irritado. Diga lo que diga Descartes, yo se, yo se que esto no es un sueño. No es igual que sueñe la muerte de mi mejor amigo, a que en efecto muriera. La diferencia es abismal. Si lo sueño, al día siguiente le llamo y se lo cuento, le digo que quiero verlo, en fin: ahí está él, tan completo como ayer. Si muere, no puedo ya más contarle nada, ni abrazarle, ni decirle lo mucho que le quiero.
A quienes nos hemos detenido en esa pregunta desde el ámbito filosófico, esa idea nos da cierta comezón. Pensamos por lo general en René Descartes, el genial filósofo francés que se obsesionó con encontrar la manera de lograr certeza acerca de esta vida y de lo que en ella conocemos. Una vida en la cual yo soy yo y tú eres tú y en la cual ambos sabemos a ciencia cierta, que esta vida no es un sueño. La certeza la encontró en la duda misma: dudo, ergo, pienso; pienso, ergo, existo… y conozco el mundo de una cierta manera que me da certeza… A Zhuang Zi este razonamiento le hubiera parecido una verdad de Perogrullo.
Por su parte, Heidegger encontró un camino diferente a la duda cartesiana. El escándalo para él no radica en la ausencia de la certeza o de la respuesta a la pregunta por mi existencia y mi relación con el mundo, sino en el hecho de que sigamos formulándonos esta pregunta. Se que existo y se que conozco el mundo porque al ser humano, el simple hecho de “ser en el mundo” me da ya una cierta intimidad ontológica con éste, y por lo mismo una cierta certeza intuitiva de la cual no es necesario dudar. El escándalo es que desconfiemos de esa intimidad inmediata. Lo lógico no sería preguntar cómo es que conozco el mundo y si en verdad esta vida no es un sueño: lo lógico sería preguntarnos porqué a ratos se rompe esa intimidad con el mundo y acontece la duda o el error.
Y sin embargo, es espléndido poder escribir sin ataduras académicas, y contar aquí lo que me ocurrió al salir de la película “Origen” de Di Caprio. Cotidianamente salí diciendo lo usual: “¡Uf, qué loca! Total que ella no se quedó en el sueño, pero creía que sí estaba en el sueño: la semilla de esa idea jamás la abandonó… y él, en cambio… bla bla bla…” Caminé unos pasos y entonces todo comenzó…
Recordé que Borges creía que los sueños compartidos existen: ellos son la realidad. Entonces miré a una pareja que parecía discutir, pero de inmediato soltaron ambos una carcajada y se abrazaron. Una señora parecía triste y de la nada una sonrisa iluminó su cara y algo comentó al hombre que la acompañaba. ¿La acompañaba? ¿Él a ella? ¿Ella a él? Comenzó mi viaje: soy yo quien interpreto cada rincón que veo, cada rostro, cada persona y luego los etiqueto. Ése es gordo, aquel otro está triste, esa pareja luce agobiada, esa otra está enamorada… ¿si? Y no solamente eso: mi madre me quiere de tal y tal manera, mi padre de tal otra, mi hermano mayor piensa esto de mi, mi otro hermano piensa otras cosas, mis hermanas creen que… mis alumnos creen que yo… mis amigos son así, mis enemigos asado… ¡Tengo todo un mundo etiquetado, en el cual a cada personaje que lo habita, le he asignado un rol! He construido un mundo en el cual conservo referentes fijos de mi infancia, juventud, de cada momento y cada persona que se ha asomado a mi vida… y de las que no, también!
Claro que no lo he hecho sola… me baso en actitudes que los otros han tenido hacia mi en el pasado. Pero justo eso: sus actitudes ya no existen más, ni yo soy la que era, ni ellos son los que fueron… Eso que fueron, es algo que ya no existe, es algo que habita en mi mente como un recuerdo, no tiene realidad alguna, o tienen la misma realidad que… un sueño! Eso, es solo un sueño. La vida entonces ¿es sueño? Me niego, digo no, yo estoy aquí, soy sólida, no me desintegro en el aire… ¿no? En efecto, por un microsegundo Universal, eso es verdad: la vida no es sueño, es instante. ¡Heráclito! …nunca podemos entrar dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren tras las aguas. Ahora entro, salgo, de inmediato vuelvo a entrar: el agua que tocó mi cuerpo ya va lejos, muy lejos. Y no solo eso: mi cuerpo ya es otro, ya perdió células de la piel con tan solo rozar el agua… y yo soy otra, nuevas sensaciones me hacen pensar en nuevas cosas, he cambiado, no soy ya igual… ¿soy la misma? ¿O Cratilo?: el río ¿existe siquiera? ¿No “río” es acaso ese el nombre que le hemos dado al flujo incesante de agua que siempre está en perpetuo cambio? ¿No son nuestros conceptos meras etiquetas que requerimos para no caer en el vacío de la nada? ¿No son nuestras palabras una forma de asirnos a un pretil que nos permita encontrar fijeza, que nos de la sensación mínima de una cierta seguridad? Y entonces recordé un parágrafo de Nietzsche, mi amado Nietzsche:
“Cuando el agua tiene maderos para atravesarla, cuando existen puentecillos y pretiles sobre la corriente: en verdad, allí no se cree a nadie que diga: «Todo fluye»
Hasta los mismos imbéciles le contradicen. «¿Cómo?, dicen los imbéciles, ¿que todo fluye? ¡Pero si hay puentecillos y pretiles sobre la corriente!
Sobre la corriente todo es sólido, todos los valores de las cosas, los puentes, conceptos, todo el ‘bien’ y el ‘mal’: ¡todo eso es sólido!» -
Mas cuando llega el duro invierno, el domeñador de ríos: entonces incluso los más chistosos aprenden desconfianza; y, en verdad, no sólo los imbéciles dicen entonces: «¿No será que todo permanece - inmóvil?»
«En el fondo todo permanece inmóvil» -, ésta es una auténtica doctrina de invierno, una buena cosa para una época estéril, un buen consuelo para los que se aletargan durante el invierno y para los trashogueros.
«En el fondo todo permanece inmóvil»: - ¡mas contra esto predica el viento del deshielo!
El viento del deshielo, un toro que no es un toro de arar, - ¡un toro furioso, un destructor, que con astas coléricas rompe el hielo! Y el hielo - - ¡rompe los puentecillos!
Oh hermanos míos, ¿no fluye todo ahora? ¿No han caído al agua todos los pretiles y puentecillos? ¿Quién se aferraría aún al «bien» y al «mal»?
«¡Ay de nosotros! ¡Afortunados de nosotros! ¡El viento del deshielo sopla!» - ¡Predicadme esto, hermanos míos, por todas las callejas!
Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal. En torno a adivinos y astrólogos ha girado hasta ahora la rueda de esa ilusión.
En otro tiempo la gente creía en adivinos y astrólogos: y por eso creía «Todo es destino: ¡debes puesto que te ves forzado!»
Pero luego la gente desconfió de todos los adivinos y astrólogos: y por eso creyó «Todo es libertad: ¡puedes puesto que quieres!»
Oh hermanos míos, acerca de lo que son las estrellas y el futuro ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, pero no saber: y por eso acerca de lo que son el bien y el mal ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, ¡pero no saber!”
La vida es aquí y ahora, es este instante en que escribo cada letra… ¡No! Es este instante en que tengo la intención de tocar con la punta de mi dedo una tecla para escribir una letra que forme una palabra para lograr un discurso que tú leas y creamos ambos que hay algo más que un sueño… La vida transcurre únicamente en el instante. Todo lo demás, el pasado y el futuro, solamente existe en mi mente… de manera muy similar a como existen los sueños: en mi mente. Todo lo demás, todo lo que no es “instante”, es como un sueño: tiene la misma consitencia que un sueño.
Hasta ahí voy, Kavindu. Ya casi, casi, casi, puedo decir: la vida es sueño.
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